No es fácil responsabilizarnos de nuestros problemas y menos aún estar dispuestos a realizar cambios para solucionarlos. Por eso siempre he visto un gesto heroico en las personas que se atreven a salir de su zona de confort, de sus rutinas conocidas y se lanzan a contar su vida a un terapeuta con la esperanza de encontrar la felicidad perdida.
No digo que sea una heroicidad el sentarse en el sillón y hablar, sino la actitud de buscar conciencia.
Y esto es lo que me lleva a acordarme de los viajes de los héroes o heroínas en los cuentos. Siempre comienza el cuento cuando se encuentran con un conflicto en la vida y salen de "casa" con la esperanza de resolverlo. Se atreven a ir más allá y realizar los trabajos del héroe.
Estos trabajos o pruebas que tiene que superar en la mayoría de los cuentos están relacionados con los tres centros: instintivo, emocional y mental. Y en gran parte de los cuentos los héroes tienen que realizar estas pruebas en orden inverso, comenzando por el mental, siguiendo por el emocional y regresando al instinto esencial.
En el proceso terapéutico ocurre algo similar. Cuando el héroe llega a terapia se comienza por el trabajo hercúleo de lo mental, de ponerle palabras a lo que nos pasa, de nombrar los conflictos de mi vida, de saber que el lo que me ocurre realmente. Parece fácil nombrarlo, pero la neurosis es hafefóbica (fobia a ser tocado) y se escapa y cambia de forma, se esconde y se disfraza. Nombrar a nuestra neurosis es cómo intentar agarrar el mercurio. ¿Recuerdan cuando se rompían los termómetros y jugábamos con ese metal líquido ingobernable?
Después del centro mental, de nombrar lo que nos pasa, llegamos a la estación del corazón. Es el momento de validar lo que sentimos, de darle un espacio a nuestras emociones. En las consultas de terapia suele haber siempre una caja de pañuelos, pues llorar, como gritar o reír, son descargas de la tensión emocional sanadoras.
Y llegamos al tercer día, a la tercera prueba del héroe, al tercer trabajo que es el del instinto. Es ponerse en acción, llevarlo al cuerpo. Es el momento de los cambios, de cuidarse o de hacer las cosas de otra manera. Y en esta fase del proceso terapéutico es cuando aprendemos de la experiencia de otros que pasaron por aquí. Es el momento de la vieja sabia de los cuentos, de los mentores, de los magos y sabios que nos dan los consejos que nos ayudarán, que nos dirán lo que tenemos que hacer para resolver. Es el momento de los objetos mágicos, de la psicomagia, del plan de acción para resolver y sanar.
Así, un paciente es un héroe: un buscador de conciencia que se atreve a ir a terapia.
Y todo comenzó con el gesto heroico de sentarse en un sillón, eso si, con la valentía de mirar dentro de nosotros mismos.